“Regalo inmenso”

No sabría decir el tiempo que llevaba Gonzalo notando entre sus conocidos, entre sus clientes, entre la sociedad, ese grito unánime que solo pedía una cosa: “PARAR”.

En la vorágine del día a día que invade la ciudad, parar no aparece en agenda alguna. Es un lujo que muy pocos pueden, quieren o quizás sepan darse.

“El covid ha sido un regalo inmenso”, nos dice Gonzalo.

Una frase así, con todo lo que se ha vivido durante tantos meses y cuyos últimos coletazos están lejos de llegar, no deja indiferente.

¿Qué hay detrás de esta interpretación sobre esta crisis generada por un virus tan impredecible como destructivo?

Mejor dicho, quién.

Es él.

Gonzalo: padre de siete hijos, pareja de Aiana, practicante del desarrollo personal en diferentes disciplinas, emprendedor de casta, creyente devoto y poseedor de una conversación que te cautiva.

“El covid nos ha permitido parar. La naturaleza se está recuperando de nuestra incesante actividad”.

Tras ver sus negocios adelgazar y la vida pasar detrás de una ventana de un piso en el centro de Madrid, Gonzalo y Aiana se dan cuenta de que parar les ha recordado que la vida está para mucho más.

La vida está para hacer realidad sueños.

El sueño de una vida mejor es el denominador común que une a cada uno de los protagonistas de estas crónicas.

Un sueño de cambio.

Un sueño de campo.

El sueño de esta pareja olía a mar y tenía nombre de canción de Joan Manuel Serrat: Mediterráneo.

Aiana, de origen judío, siente esa conexión con el mar que solo grandes poetas aciertan a describir con palabras. 

Sin embargo, hay algo aún más difícil de trazar que esa unión con el mar. La que da el amor.

Como el amor que ella siente por Gonzalo y que le hace cambiar el mar por la sierra de Madrid en un abrir y cerrar de ojos.

Valencia se había puesto a tiro, pero, cosas del momento actual, la dificultad en la movilidad para confirmar el nuevo hogar hizo que esa idea quedara en el aire.

Gonzalo, consciente de que las oportunidades nunca llegan por sí solas, salió en busca de una nueva opción y la encontró en Proyecto Arraigo. 

Más que encontrarla, la generó. 

Era a principios de mayo de 2020 cuando rellenó, como tantos urbanitas deseosos de cambiar ciudad por mundo rural, el formulario de Proyecto Arraigo.

Pasaban los días y no había respuesta.   

Se cuentan por cientos los formularios que llegan.

Sin embargo, Gonzalo, que sabe que una cosa es aceptar el diagnóstico de las cosas, otra el pronóstico, decidió escribir un mail personal contando uno de sus grandes proyectos.

Su hijo menor tiene síndrome de Down.

El diagnóstico de síndrome de Down suele ser considerado como una discapacidad.

El pronóstico, una limitación en las oportunidades y tareas que a estas personas se les va a dejar realizar en su vida adulta.

De nuevo, diagnóstico y pronóstico no van de la mano ni tienen porqué aceptarse sin dar rienda suelta a la fuerza que hay en cada uno de nosotros.

La fuerza que tiene su hijo con síndrome de Down, fruto de una bondad sin límites, un instinto sin condicionantes, un tesón sin fin; no puede caer en saco roto. 

Cuando puede aportar tanto a la sociedad.

Especialmente, en el cuidado de un colectivo tan vulnerable y olvidado como ellos: la tercera edad.

Entre los diferentes proyectos de emprendimiento que tiene, Gonzalo prevé montar un centro que permita a los jóvenes con síndrome de Down desarrollarse en labores de atención a la tercera edad, entre otras.

¡Clin!

Isabel, técnica de Proyecto Arraigo en la Sierra de Madrid, sabe que la alcaldesa de Madarcos está precisamente en un proyecto social relacionado con la tercera edad.

Un solo correo electrónico acelera el proceso. 

Un correo cargado de pasión y propósito para cambiar la injusta y errónea mentalidad que considera como discapacidad la capacidad de vivir el aquí y ahora de forma innata y a cara descubierta.

Tras una reunión virtual con todas las partes implicadas presentes (Aiana y Gonzalo, los urbanitas; Isabel y Enrique de Proyecto Arraigo; Eva, la alcaldesa de Madarcos), hacia el 7 de junio pisan este pueblo para ver la que se convertiría en su casa.

Una casa grande que muestra día y noche la belleza del entorno gracias a sus vistas de 360 grados. 

La Luna Nueva de junio del 2020 baña su llegada.

Deciden que ese es el mejor momento para arrancar esta nueva faceta.

¿Acaso la Luna Nueva no es en sí un nuevo ciclo?

La Luna Nueva trae consigo impulso, iniciativa, ilusión, el nacimiento de algo grande.

Algo grande que empieza por la voluntad de integrarse con la gente del pueblo.

En un pueblo de cincuenta habitantes, hay dos puntos de reunión social: el bar y la iglesia.

Por protocolo de distanciamiento social al que, lamentablemente, nos hemos visto todos abocados, la iglesia se convierte en la única opción posible como lugar de encuentro y convivencia con los mayores.

Un espacio inclusivo abierto a todos.

También a otras religiones.

Aiana canta en hebreo en la misa católica.

También lo hace en casa gracias a un nuevo proyecto que nace aprovechando las instalaciones amplias de la casa, los nuevos conocimientos y habilidades en la cocina de Aiana tras el curso de ayudante de cocina que ha hecho en la escuela de hostelería que hay en su misma calle y, por supuesto, su voz.

Casa de acogida con comidas y concierto, con platos tradicionales de la cultura judía.

Toda una experiencia integral sensorial: comer, charlar, filosofar, cantar, bailar, sentir, compartir. 

En una palabra: conectar con uno mismo en compañía.

“La mesa es un altar, nos dice Gonzalo. Desde ahí puedes vivir la vida de otra manera”.

La vida se vive, sin duda, de otra manera en el mundo rural.

El tiempo parece ser algo más benévolo con sus habitantes al frenar ligeramente su marcha.

Lo que permite disfrutar, en el caso de Aiana, de sus diferentes pasiones: la música, el canto, la gastronomía y los idiomas.

Estos últimos han sido y son, al igual que las clases de canto, un medio de sustento. Ofrece clases de hebreo e inglés. Todo ello con un enfoque nada académico.

Vivir y experimentar el idioma.

Así los ha aprendido ella y así le gusta acercarlos a sus alumnos. 

“Sefardí significa español, comenta Aiana con voz dulce y brillo en los ojos. Estoy en proceso de acreditar mi condición de sefardí de origen español para solicitar la nacionalidad española. Es un gesto cargado de significado para mi familia y para mí”.

Todo en esta pareja tiene un significado, una razón, una representación. 

Definen su propia cosmogonía, cuyo valor principal es la fe.

Fe en la vida. Fe en el camino que recorren juntos por la Sierra de Madrid.

Pero, sobre todo, fe en ellos mismos.

Una fe que crece ante las adversidades, que tiene cero expectativas, que comparte todo cuanto posee y que tiene como innegociable devolver una parte de lo que gana a la sociedad.

Así labran caminos integrativos, así construyen ideas contributivas.

Aiana y Gonzalo. Dos seres transformativos. Dos almas alternativas.

Todo un placer conoceros.

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Esta entrada tiene un comentario

  1. José María Simón

    Bellísima la descripción descripción de este escrito. Diría que poético.
    Felicidades a quien lo escribió…un desborde de sensibilidad (tan escasa en estos tiempos que corren).

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